21 de agosto de 2023

ORACIÓN A LAS BENDITAS ALMAS




A menudo, rezamos por nuestros difuntos, por esos seres queridos que nos han dejado, pero, como cristianos, también es nuestro deber rezar por todos los otros muertos, cuyas almas esperan unirse al Señor. El Papa Benedicto XVI nos recordaba - en el día de los muertos de 2008 - por qué es tan importante rezar por las almas del purgatorio: "Pero la esperanza cristiana nunca es solamente individual; también es siempre esperanza para los demás. Nuestras existencias están profundamente unidas unas a otras, y el bien y el mal que cada uno realiza también afecta siempre a los demás. Así, la oración de un alma peregrina en el mundo puede ayudar a otra alma que se está purificando después de la muerte."


-Papa Benedicto XVI, Ángelus, 2 de noviembre de 2008


El mismo Cristo, nos explicó, en sus apariciones a Santa Brígida y a Santa Faustina, el poder redentor de nuestras oraciones por las almas de los difuntos.



ORACIÓN A LA SANTA VIRGEN POR LAS ALMAS DEL PURGATORIO 


“Dios misericordioso, que nos perdonas y quieres la salvación de todos los hombres, imploramos tu clemencia, para que, por la intercesión de María Santísima y de todos los santos, concedas a las almas de nuestros padres, hermanos, parientes, amigos y bienhechores, que han salido de este mundo, la gracia de llegar a la reunión de la eterna felicidad…


Santísima Virgen María, reina del purgatorio: vengo a depositar en tu corazón inmaculado, una oración en favor de las almas benditas, que sufren en el lugar de expiación. Dígnate a escucharla, clementísima Señora, si es ésta tu voluntad y la de tu misericordioso Hijo. Amén.


María, reina del purgatorio, te ruego por aquellas almas por las cuales tengo o pueda tener alguna obligación, sea de caridad o de justicia.


Dios te salve María...Dales, Señor, el descanso eterno. Y luzca para ellas la luz perpetua. Descansen en paz. Amén.


María, reina del purgatorio: te ruego por las almas más abandonadas y olvidadas, y, a las cuales nadie recuerda; tú, Madre, que te acuerdas de ellas, aplícales los méritos de la pasión de Jesús, tus méritos, y los de los santos, para que alcancen así el eterno descanso.


Dios te salve María...Dales, Señor, el descanso eterno. Y luzca para ellas la luz perpetua. Descansen en paz. Amén.


María, reina del purgatorio: te ruego, por aquellas almas que han de salir más pronto de aquel lugar de sufrimientos, para que cuanto antes, vayan a cantar en tu compañía las eternas misericordias del Señor.


 Dios te salve María...Dales, Señor, el descanso eterno. Y luzca para ellas la luz perpetua. Descansen en paz. Amén.


María, reina del purgatorio: te ruego de una manera especial por aquellas almas que han de estar más tiempo padeciendo y satisfaciendo a la divina Justicia. Ten compasión de ellas, ya que no pueden merecer sino sólo padecer; abrevia sus penas y derrama sobre estas almas el bálsamo de tu consuelo.


Dios te salve María...Dales, Señor, el descanso eterno. Y luzca para ellas la luz perpetua. Descansen en paz. Amén.


María, reina del purgatorio: te ruego de modo especial por aquellas almas que más padecen. Es verdad que todas sufren con resignación, pero sus penas son atroces y no podemos imaginarlas siquiera. Intercede Madre nuestra por ellas, y Dios escuchará tu oración.


Dios te salve María...Dales, Señor, el descanso eterno. Y luzca para ellas la luz perpetua. Descansen en paz. Amén.


Virgen Santísima, te pido que, así como me acuerdo de las benditas ánimas del purgatorio, se acuerden de mí los demás, si he de ir allá a satisfacer por mis pecados. En tí, Madre mía, pongo toda mi confianza de hijo, y sé que no he de quedar defraudado. Amén.”


En el nombre del Padre y del.Hijo y del Espíritu Santo. Amén 


Padre nuestro que estás en el cielo, 

santificado sea tu Nombre;

venga a nosotros tu Reino;

hágase tu voluntad 

en la tierra como en el cielo.

Danos hoy 

nuestro pan de cada día;

perdona nuestras ofensas,

como también nosotros perdonamos 

a los que nos ofenden;

no nos dejes caer en la tentación,

y líbranos del mal. Amén


Gloria al Padre

y al Hijo

y al Espíritu Santo.

Como era en el principio,

ahora y siempre,

por los siglos de los siglos. Amén.


Dios te salve, María, 

llena eres de gracia;

el Señor es contigo.

Bendita Tú eres 

entre todas las mujeres,

y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús. 

Santa María, Madre de Dios,

ruega por nosotros, pecadores,

ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén


OREMOS 


Dios mío, te has llevado a quienes mucho amamos en este mundo; pero tú lo has querido así, cúmplase en todo tu santísima voluntad. El gran consuelo que me queda es la esperanza de que tú los hayas recibido en el seno de tu misericordia, y que te dignarás algún día unirnos con ellos.

Si la entera satisfacción de sus pecados los detienen aún en las penas sin que hayan ido todavía a reunirse contigo, yo te ofrezco por ellos todas mis oraciones y buenas obras, principalmente mi resignación ante estas pérdidas; haz, Señor, que esta resignación sea entera y digna de ti.

Amén.


HACIA UN NUEVO DÍA 


Frecuentemente me pregunto, Señor, con el corazón lleno de angustia

¿por qué tenemos que morir? Y

¿por qué existe un fin para sus cosas?


La muerte nos asusta

porque trae consigo lo desconocido,

nos sumerge en la oscuridad, ¿por qué?

Estos " por qué”

me punzaban profundamente.


Por largos momentos me detuve

en estos pensamientos.

Después te conocí, Señor,

y comprendí todo.


Tu palabra me ha cautivado

y me ha dado una respuesta

llena de amor y de esperanza.

La semilla muere para hacer germinar a la planta.


Tú moriste para darnos una nueva vida.

También nosotros morimos para vivir nuevamente junto a ti en la luz.


Te espero, Señor, porque sé que estarás allá, con los brazos abiertos, para guiarme hacia un nuevo día.


Amén


Juan 11,25-26

[25]Jesús le respondió: «Yo soy la resurrección El que cree en mí, aunque muera, vivirá;

[26]y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?»


Juan 3,14-16

[14]Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así tiene que ser levantado el Hijo del hombre,

[15]para que todo el que crea tenga por él vida eterna.

[16]Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.


POR EL ETERNO DESCANSO 

DE SU ALMA Y EL ALMA DE TODAS LAS.COMPAÑERAS Y COMPAÑEROS QUE HAN MUERTO. AMÉN. 


✝️🙏🕊🌿

18 de agosto de 2023

Los Demonios en la Biblia




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La presencia de ángeles y demonios en la Biblia resulta indiscutible, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. En esta columna nos referiremos a la presencia del demonio que, con diversos nombres, es mencionado en la Biblia. Desde el primer libro de la Biblia se nos habla de la actuación del demonio bajo la figura de la serpiente que induce a desobedecer a Dios (Cf., Gn 3, 1-15). En el libro de Job se nos narra la historia de las pruebas por la que pasó Job por insidia de Satán (Cf., Jb 1, 6-12); allí se hace referencia también al diablo como el “Leviatán”, el enemigo de la luz (Cf., Jb 3, 8; 40, 25). Igualmente, en algunos salmos se habla que Dios aplasta la cabeza de “Leviatán” (Cf., Sal 74, 14; 104, 26), también en Is 27, 1. En el libro de Tobías se nos habla del demonio “Asmodeo” (Cf., Tb 3, 8.16). En el primer libro de las Crónicas se dice que fue Satanás el que “incitó a David para que realizara el censo del pueblo” (1Cro 21, 1). El libro de la sabiduría nos dice que “por envidia del diablo entró la muerte en el mundo” (Sb 2, 24).

En el Nuevo Testamento, se nos relata que Jesús fue tentado por el diablo (Cf., Mt 4, 1). El diablo se lleva, del corazón de algunos, la palabra de Dios sembrada (Cf., Lc 8, 12). El diablo es un homicida desde el principio; es el padre de la mentira (Cf., Jn 8, 44). El diablo es el que pervierte el corazón de Judas Iscariote para que traicione a Jesús (Cf., Jn 13, 2). Jesús dice que el fuego eterno “ha sido preparado para el diablo y sus ángeles” (Mt 25, 41). El Evangelio de Juan lo llama el “príncipe de este mundo” (Cf., Jn 14, 30). En el libro de los Hechos, Pedro nos dice que Jesús de Nazareth pasó haciendo el bien y “sanando a todos los oprimidos por el diablo” (Hch 10, 38). San Pablo nos exhorta a revestirnos de las armaduras de Dios “para poder resistir a las acechanzas del diablo” (Ef 6, 11). Nos dice que nuestra lucha es contra los “poderes de este mundo de tinieblas”, contra los “espíritus del mal” (Cf. Ef 6, 12). El Apóstol se refiere al diablo como el “dios de este mundo que cegó el entendimiento de los incrédulos” (2Cor 4, 4). Pedro nos dice que debemos estar alertas, pues “nuestro enemigo el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quien devorar” (1Pe 5, 8). En el Apocalipsis se hace mención al diablo como el “Dragón”, la “Serpiente antigua”, Satanás, que engaña al mundo entero (Cf., Ap 12, 9).

Los Evangelios nos relatan varios episodios de personas poseídas por el demonio, a quienes Jesús liberó. No podemos reducir esos relatos a supersticiones populares, o a enfermedades mentales que requieren de tratamiento psiquiátrico; o casos epilepsias, como parecería deducirse del relato recogido en los evangelios sinópticos (Cf., Lc 9, 38-43/ Mc 9, 17-29/Mt 17, 14-19). Allí se habla de un muchacho, de quien su padre refiere que está poseído por un demonio que “se apodera de él y de pronto empieza a dar gritos, le hace retorcerse echando espuma, y difícilmente se aparta de él, dejándole quebrantado” (Lc 9, 39). Señala también que los discípulos de Jesús no han podido expulsar a ese demonio (Cf., Lc 9, 40). Jesús ordena traer al menor, y “cuando se acercaba, el demonio le arrojó por tierra y le agitó violentamente; pero Jesús increpó al espíritu inmundo, curó al niño y lo devolvió a su padre” (Lc 9, 42).

Los evangelios nos relatan también la curación de un mudo endemoniado (Cf., Mt 9, 32-34; Lc 11, 14-15). La escena se desarrolla, después que Jesús ha curado a dos ciegos; en seguida que aquellos hombres se retiran de la escena, le presentan a un mudo endemoniado: “Y expulsado el demonio, rompió a hablar el mudo. Y la gente, admirada, decía: «Jamás se vio cosa igual en Israel»; pero, los fariseos decían: «Por el Príncipe de los demonios expulsa a los demonios»” (Mt 9, 33-34).

De una parte, hay quienes expresan su “admiración”, sorpresa o estupor, ante el prodigio realizado; pero, eso no necesariamente lleva a la conversión, a creer en Jesús. De otra parte, hay quienes hacen su propia lectura del hecho, aduciendo que el prodigio se ha realizado por el poder del mismo demonio, es decir: acusan a Jesús de estar asociado con el príncipe o jefe de los demonios. La ceguera espiritual los incapacita para ver la obra de Dios. Al no encontrar ninguna explicación razonable sobre la causa el prodigio, no encuentran otro argumento que atribuirlo al mismo demonio; lo cual, como lo hace notar Jesús, no resiste la más mínima refutación, pues aceptar esa hipótesis sería admitir que el demonio se hace la guerra a sí mismo (Cf., Lc 11, 15).

El Evangelio de Marcos subraya una suerte de paradoja: mientras Jesús devuelve la vista a los ciegos, hace hablar a los mudos, andar a los paralíticos, hay quienes dicen ver, pero padecen de ceguera espiritual; dicen oír, pero son incapaces de escuchar la voz de Dios; caminan, pero no están dispuestos a salir de su inmovilismo para seguir a Jesús. Otra de las paradojas es que mientras muchos, aun viendo las obras de Jesús (milagros), se resisten a creer e incluso algunos lo acusan de obrar con el poder del demonio; por otra parte, son los mismos demonios quienes reconocen a Jesús como “Hijo del Dios Altísimo”, es decir, hacen una especie de “confesión de fe”. En efecto, el Evangelio relata que “los espíritus inmundos, al verle, se arrojaban a sus pies y gritaban: ‘Tú eres el Hijo de Dios’” (Mc 3, 11). El endemoniado de Gerasa, al ver de lejos a Jesús, corrió hacia Él, se postró y gritó muy fuerte: “¿Qué tengo yo contigo, Jesús, Hijo de Dios Altísimo? Te conjuro por Dios que no me atormentes” (Mc 5, 7).

Marcos y Mateo nos refieren el caso de una mujer pagana que sale al encuentro de Jesús y le ruega para que expulse de su hija al demonio que la había poseído (Cf., Mc 7, 25-30/ Mt 15, 21-28). Después de un breve diálogo, Jesús reconoce la fe grande de aquella mujer. «Por lo que has dicho, vete; el demonio ha salido de tu hija» (Mc 7, 29). Se trata de una “expulsión a distancia”, pues, cuando la mujer volvió a su casa, “encontró que la niña estaba echada en la cama y que el demonio se había ido” (Mc 7, 30).

Los milagros de Jesús no causan la fe en quienes los observan, sino que presuponen la fe de quienes resultan beneficiados. Es la fe que permite descifrar los milagros. Habrá quienes consideren milagros cualquier curación de una enfermedad, a cualquier acontecimiento que no está dentro de lo previsible o esperado. Por otra parte, habrá personas que, por su falta de fe, nada les parecerá milagro; por ello, buscarán hasta la más insólita explicación para ciertos hechos no explicables desde la ciencia.


https://www.cny.org/stories/los-demonios-en-la-biblia,24107



Expulsando Demonios




Versículos


Mateo 10:8

Sanad enfermos, resucitad muertos, limpiad leprosos, expulsad demonios; de gracia recibisteis, dad de gracia.

Mateo 10:1

Entonces llamando a sus doce discípulos, {Jesús} les dio poder sobre los espíritus inmundos para expulsarlos y para sanar toda enfermedad y toda dolencia.

Marcos 3:15

y para que tuvieran autoridad de expulsar demonios.

Marcos 16:17

Y estas señales acompañarán a los que han creído: en mi nombre echarán fuera demonios, hablarán en nuevas lenguas;

Marcos 6:13

Y echaban fuera muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos y los sanaban.

Hechos 8:7

Porque {de} muchos que tenían espíritus inmundos, {éstos} salían {de ellos} gritando a gran voz; y muchos que habían sido paralíticos y cojos eran sanados.

Hechos 16:18

Y esto lo hacía por muchos días; mas desagradando {esto} a Pablo, se volvió y dijo al espíritu: ¡Te ordeno, en el nombre de Jesucristo, que salgas de ella! Y salió en aquel mismo momento.

Hechos 19:12

de tal manera que incluso llevaban pañuelos o delantales de su cuerpo a los enfermos, y las enfermedades los dejaban y los malos espíritus se iban de ellos.

Mateo 7:22

Muchos me dirán en aquel día: ``Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros?"

Marcos 9:38

Juan le dijo: Maestro, vimos a uno echando fuera demonios en tu nombre, y tratamos de impedírselo, porque no nos seguía.

Lucas 9:49

Y respondiendo Juan, dijo: Maestro, vimos a uno echando fuera demonios en tu nombre, y tratamos de impedírselo porque no anda con nosotros.

Hechos 19:13

Pero también algunos de los judíos, exorcistas ambulantes, trataron de invocar el nombre del Señor Jesús sobre los que tenían espíritus malos, diciendo: Os ordeno por Jesús, a quien Pablo predica.

Mateo 12:27

Y si yo expulso los demonios por Beelzebú, ¿por quién {los} expulsan vuestros hijos? Por tanto, ellos serán vuestros jueces.

Lucas 11:19

Y si yo echo fuera demonios por Beelzebú, ¿por quién los echan fuera vuestros hijos? Por consiguiente, ellos serán vuestros jueces.

Marcos 9:18

y siempre que se apodera de él, lo derriba, y echa espumarajos, cruje los dientes y se va consumiendo. Y dije a tus discípulos que lo expulsaran, pero no pudieron.

Lucas 9:40

Entonces rogué a tus discípulos que lo echaran fuera, y no pudieron.

Mateo 17:19

Entonces los discípulos, llegándose a Jesús en privado, dijeron: ¿Por qué nosotros no pudimos expulsarlo?

Marcos 9:28

Cuando entró {Jesús} en {la} casa, sus discípulos le preguntaban en privado: ¿Por qué nosotros no pudimos echarlo fuera?

Gálatas 1:8-10

[8]Pero aun cuando nosotros mismos o un ángel del cielo os anunciara un evangelio distinto del que os hemos anunciado, ¡sea anatema!
[9]Como lo tenemos dicho, también ahora lo repito: Si alguno os anuncia un evangelio distinto del que habéis recibido, ¡sea anatema!
[10]Porque ¿busco yo ahora el favor de los hombres o el de Dios? ¿O es que intento agradar a los hombres? Si todavía tratara de agradar a los hombres, ya no sería siervo de Cristo.

4 de agosto de 2023

EL PROBLEMA DEL MAL

 


El problema del mal ¿Por qué Dios no hace nada?


Las críticas de los ateos y agnósticos ante la fe en Dios siempre culminan con el “problema del mal”. Esa crítica se resume en estas preguntas: ¿por qué si Dios existe e interviene en la historia no detiene el hambre, las guerras, la muerte, el dolor? ¿Por qué Dios permite que un niño sea violado, que una mujer sea asesinada, que una enfermedad consuma a una persona? Es un tema complejo que crea dudas, cuestionantes, altera, tambalea y pone en crisis. Hay muchos testimonios de personas que fueron creyentes y por preguntas como estas “dejaron de creer”.


¿Hay una respuesta ante el mal? ¡Sí! Pero evidentemente es una respuesta compleja, puesto que en el “problema del mal” no interviene solo Dios y su voluntad, sino la libertad del ser humano, el orden natural, la intervención del demonio, su misterioso poder e influencia en el mundo. Además, podemos diferenciar el mal en diferentes órdenes: de orden moral, económico, político, social, espiritual, biológico, ecológico, etc.


También hay que anotar que algo en lo que estamos de acuerdo todos los seres humanos. Ante el mal, el propio y el de los demás, los humanos manifestamos rechazo y cierta incomodidad. ¡Parece ser que nuestro diseño tiende hacia el bien! En otras palabras, nuestra esencia (lo que somos más allá de las apariencias) rechaza completamente el mal. Esto lo pueden comprobar ateos y creyentes.


1. El origen del mal

A lo largo de la historia muchos filósofos y teólogos, de diversas culturas y realidades, han intentado explicar el origen del mal. San Agustín es uno de ellos. Antes de convertirse al cristianismo esta pregunta lo aquejaba: «Buscaba el origen del mal y no encontraba solución», dice una cita recogida en el Catecismo de la Iglesia Católica. Pero no solo él o dentro del cristianismo se ha intentado explicar el mal: hay varias religiones y doctrinas filosóficas muy atrayentes que lo han intentado explicar. Entre ellas las grandes religiones monoteístas como el judaísmo y el islamismo, otras religiones como el budismo y el hinduismo, doctrinas filosóficas como el maniqueísmo, el neoplatonismo y el pelagianismo, entre otras.


Es con el cristianismo, quizás por la influencia en la civilización occidental, con la que hay un gran choque de pensamiento ¿Cómo explicar el mal siendo creyente? Sobre todo, siendo creyente en un Dios omnipresente (está en todo lugar), omnisciente (conoce todo) y omnipotente (tiene poder), tal como lo predica el cristianismo.


2. Epicuro: Discusión y respuestas

Para discutir este pensamiento, se suele utilizar la muy famosa paradoja de Epicuro (342 a.C.-270 a.C.), que, aunque no vivió en tiempos del cristianismo, su pensamiento es utilizado para refutar la fe en Dios. Lo cito a continuación:


¿Es que Dios quiere prevenir el mal, pero no es capaz? Entonces no es omnipotente.

¿Es capaz, pero no desea hacerlo? Entonces es malévolo.

¿Es capaz y desea hacerlo? ¿De dónde surge entonces el mal?

¿Es que no es capaz ni desea hacerlo? ¿Entonces por qué llamarlo Dios?


Las respuestas varían:


Existen dos seres uno bueno y otro malo, y hay como dos dioses, uno origen del bien y otro origen del mal; tal como lo explica el maniqueísmo y algunas religiones del Oriente.

Otra explicación es que el mal es un ejemplo que se va extendiendo (el pelagianismo y de alguna manera J. Rosseau).

Nacemos malos y todo lo material está orientado al mal, solo lo espiritual es bueno (como el neoplatonismo y algunas explicaciones del protestantismo).

Estas explicaciones son más complejas y no me detengo a dar todas los esclarecimientos posibles, puesto que no es mi intención hacer una exposición de ellas que lleve al lector a cansarse. Para el que lo desee puedo brindar bibliografía si me escriben al mail.


3. La libertad de Dios y del hombre

¿Qué respuesta da el cristianismo? San Agustín es uno de los autores que más nos puede ayudar a reflexionar en torno a este tema. Tiene una obra que se titula De Libre Albedrío, en la que explica cómo el mal no procede de un dios malévolo, ni el mundo es malo por sí. San Agustín tiene presente un elemento clave y fundamental en la respuesta cristiana ante el mal: la libertad del hombre. Fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, según la doctrina del Génesis y la enseñanza cristiana. Dios que es un ser libre, también nos dio esa libertad, porque solo quien es libre puede amar.


El relato del Génesis nos muestra cómo también podemos elegir: entre obedecer a Dios o desobedecerlo. El mal moral y el físico son productos de la desobediencia originaria. Ahí entró el pecado al mundo, entró el mal en la historia de la humanidad. El gran culpable del mal en el mundo es el mismo hombre. Dios no quiere el mal de la humanidad, pero tampoco “puede contradecirse”, no puede detener o impedir a quien hizo libre o las leyes que colocó en el mundo. Dios no es una especie de hada madrina que salva y resuelve nuestros problemas, es un Padre que respeta nuestra libertad.


Ciertamente creemos que Dios viene a nuestro auxilio cuando lo invocamos y por esa razón se dan los milagros. Pero también, no podemos controlar a Dios cada vez que queramos que nos salve de algo. Calentamiento global, guerras, hambre, corrupción, violaciones: ¿por qué culpar a Dios de algo que es culpa nuestra? Catástrofes naturales, enfermedades como el cáncer, accidentes ¿por qué culpar a Dios por eventos que suceden naturalmente? Es fácil encontrar culpable en lo exterior. Pero la libertad humana y el orden del mundo también tiene como consecuencias.


Hay una frase atribuida a Einstein, de la que no hay pruebas que sea suya, que tiene una gran fuerza ante el argumento de Epicuro:


«El mal es el resultado de la ausencia de Dios en el corazón de los seres humanos. Es como el frío que se produce en ausencia de calor, o la oscuridad que reina en ausencia de luz.»


4. El diablo

Aunque la figura del diablo en el cristianismo no es entendida como un semidios o un segundo dios que promueve el mal; sí se le conoce como un ángel que por ser libre se corrompió, es decir un ser espiritual que se hizo malvado, arrogante, envidioso y embustero. El Catecismo de la Iglesia Católica explica:


Detrás de la elección desobediente de nuestros primeros padres se halla una voz seductora, opuesta a Dios (cf. Gn 3,1-5) que, por envidia, los hace caer en la muerte (cf. Sb 2,24). La Escritura y la Tradición de la Iglesia ven en este ser un ángel caído, llamado Satán o diablo (cf. Jn 8,44; Ap 12,9). La Iglesia enseña que primero fue un ángel bueno, creado por Dios. El diablo y los otros demonios fueron creados por Dios con una naturaleza buena, pero ellos se hicieron a sí mismos malos (CEC 391).


Las Sagradas Escrituras recogen la existencia de este ser desde el principio y al final de la historia, como alguien que está en contra de la salvación del ser humano (cf. Gn 3,4-5; Jn 8,44; 2Cor 11,14; Ap 12,9). Tiene poder, puesto que Dios al crearlo libre y espiritual, no “puede contradecirse” simplemente extinguiéndolo. Este ser intenta convencer al hombre de hacer el mal: lo tentó en el Paraíso y lo sigue tentando muchas veces. Él no hace el mal en el mundo, pero sí convence al ser humano de que lo haga. El demonio es el tentador, y quienes escuchan su voz son llevados al mal.


La clave para entender el poder del diablo y en definitiva el problema del mal es precisamente esta: Dios no puede contradecirse al quitar la libertad del ser humano y de los ángeles, por eso y con mucho dolor, permite el mal. ¿Pero qué respuesta da?


5. La misericordia: Una respuesta de Dios ante el mal

La reflexión judía tenía presente el gran dilema: ¿si alguien es justo por qué sufre? También podemos pensar hoy ¿Por qué sufren injusticias los cristianos, aquellos que siguen a Dios y no lo desobedecen? El libro de Job y el libro de los Macabeos son una lectura recomendada para responder a esto. Se pensaba en ese tiempo que si eras bueno te iba bien, pero si eras malo te iba mal: la doctrina de la retribución. Pero algunos que eran buenos, les iba mal. Imaginemos el ejemplo de Jesucristo, él mismo siendo Dios y bueno tuvo que sufrir en la cruz ¿cómo responder ante esto?


Una realidad más allá de este mundo (es decir una retribución en los últimos tiempos) fue la respuesta. Tiene que haber (y la Iglesia cree esto, puesto que Jesús mismo lo explicó), un “lugar y momento” en donde el mal no exista y Dios reine completamente. Dios, que no puede contradecirse, respetó la libertad del género humano y de los ángeles. ¡Entonces por amor y misericordia creó en Jesucristo una nueva forma de vivir! Cargado con nuestros pecados, subió al leño, para que muertos al pecado vivamos para la justicia (cf. 2Pe 21b-24). Dios mismo sufrió la consecuencia de nuestra libertad, venció la muerte (el principal mal del hombre).


Jesús se encarnó y sufrió el mal del pecado en la cruz. Él es nuestro Salvador: el asume nuestra condición humana para sufrir por nosotros. La nueva creación se inaugura con la resurrección de Jesucristo: la muerte, el principal mal del hombre, ha sido vencida. Escuchemos estas palabras. (Aquí mundo puede ser entendido como mal):


«Les he dicho estas cosas para que tengan paz en mí. En el mundo tendrán tribulación. Pero ¡ánimo!: yo he vencido al mundo.» (Jn 16,33).


6. ¿Entonces Dios interviene en la historia?

Nos podrían refutar que está bien: ¡Dios existe, pero solo es un espectador! Esto en la historia del pensamiento occidental se conoce con el nombre de deísmo: un creador a la manera de un relojero, que una vez que coloca sus leyes no interviene en su creación. Es quizá uno de los argumentos, en los cuales podemos caer, al querer aceptar a Dios pero no al mal. Así lo explica Juan Pablo II:


La separación de la obra de la creación de la Providencia Divina, típica del deísmo, y todavía más la total negación de Dios propia del materialismo, abren camino al determinismo materialista, al cual están completamente subordinados el hombre y su historia. (Audiencia General, 7 de mayo de 1986)


Esta doctrina niega la Providencia Divina: el hecho que Dios esté presente en su creación. La Revelación divina nos asegura sin embargo que Dios sí interviene en la historia: Dios no es un ser abstracto, sin relación, sin amor. La Revelación de Jesucristo nos muestra que es un Padre amoroso, que por amor nos creó y por amor quiere salvarnos. De hecho, si pensáramos así, negaríamos el evento de la encarnación de Jesucristo. ¿Para qué Jesucristo se hubiera encarnado? Para nada, puesto que negaría su sacrificio redentor. ¿Habría concordancia entre creer en Dios y en Jesucristo? ¡No! Puesto que a Dios no le interesan los hombres, tampoco Jesucristo sería Dios. Se ve la contradicción.


7. ¿Y por qué a algunos sí y a otros no?: Los milagros

¿Qué puede más el amor de Dios para su hija o para un violador? ¡El amor para los dos! Dios escucha con dolor el llanto del que sufre pero respeta la libertad del que hace sufrir. Parece injusta esta respuesta, pero Dios “no se puede contradecir”. El misterio de la cruz revela ese llanto y dolor del silencio de Dios ante el sufrimiento: no por salvar a uno va a destruir a otros. Es una realidad “injusta” desde nuestra visión, pero lógica desde el misterio de la salvación. La libertad humana puede crear situaciones injustas y es producto y responsabilidad solo del hombre que no busca a Dios. No culpemos a Dios de situaciones que son responsabilidad nuestra o de los demás.


La intervención de Dios en la humanidad sucede generalmente para orientarnos, para alertarnos, para decirnos qué estamos haciendo mal. Nunca esa intervención va alterar o disminuir nuestra libertad. El mensaje y la acción de Dios siempre es una propuesta para la salvación. Los milagros son signo de su poder y son eventos extraordinarios de su amor infinito. ¿Pero por qué a unos y a otros no? Aquí hay una pregunta que rebasa mi capacidad de entender: en vez de por qué, deberíamos preguntarnos para qué. El salto que pido aquí es el de la fe. Confiar que todo pasa para nuestro bien (cf. Rom 8,28) implica saber que no es solo tranquilidad y evasión de problemas y sufrimiento; sino, sobre todo, confiar que aún en medio del mal mi Padre me va a alcanzar la salvación.


En un mundo de pecado, ni Dios mismo al hacerse hombre escapó de las injusticias. Esto nos enseñó Jesús: que ese Dios que es bondad y amor revelado en el Antiguo Testamento, nos diseñó libres y “al no contradecirse” va conduciendo a sus hijos para alcanzar la salvación. Algunos no van a obedecer a Dios, otros sí lo harán. El camino cristiano es el de asumir con valentía el sufrimiento, incluso en medio del propio sufrimiento. El dolor se vuelve para el cristiano en redentor, a ejemplo de Cristo. No es un desentenderse de la humanidad, es una acercarse al que sufre y al que llora, para mostrar el rostro de Dios misericordioso.


8. Una nueva forma de vivir

Con Jesucristo se inaugura una nueva forma de vivir: el Reino de Dios, en el que los que lloran serán consolados, los que buscan la justicia porque serán saciados, los que trabajan por la paz porque serán hijos de Dios (cf. Mt 5). Ese reino ya empezó en la Iglesia, la cual es germen y promotora, y en cada corazón de un cristiano que decide no pecar, que decide llevar amor en vez de odio.


Dios tiene una respuesta ante el mal: el amor. Y ciertamente no puede impedir que haya maldad en el corazón del hombre y que haya ciertas personas que sufran, puesto que Dios interviene donde la libertad del hombre lo permite. ¡Los milagros existen! Y Dios puede evitar una catástrofe, una enfermedad, una pandemia, una guerra; pero en muchas ocasiones, estas realidades son consecuencias de nuestros actos y otras lecciones de vida. Insisto, no creamos que Dios es malo, porque no se acomoda a nuestra forma de pensar.


La pregunta es ¿cuál es mi actitud ante el mal? Me quejo de la idea de Dios o ¡me pongo a mostrar su amor al mundo, tratando de que este cambie? Si lo pensamos bien, en nada ayuda que piense que Dios no existe, y me quejo del mal, si soy una mala persona; y al revés también: en nada ayuda que sea una mala persona si pienso que Dios existe. El llamado es a cambiar lo malo por lo bueno.


Conclusión

El mal es realmente ausencia de bien, como dice San Agustín; y los cristianos tenemos una respuesta ante él. Los ateos y agnósticos ante el mal son herederos de una gran tradición de pensamiento. Muchos de ellos son buenas personas, que ayudan y colaboran con extender el bien en la humanidad (inclusive son más justos que los cristianos). Pero, mi invitación querido lector, a pesar de todos los argumentos que pueda darte, siempre es a que tengas presente que creer en Dios es un acto de fe, que como dijo el papa Francisco:


Señor nos diriges una llamada, una llamada a la fe. Que no es tanto creer que Tú existes, sino ir hacia ti y confiar en ti.


Nadie más que Dios puede brindarnos su ayuda ante el mal -que trabaja desde el principio y trabajará siempre en la vida del hombre sobre la tierra-, y nos la ha dado abundantemente con la Encarnación. Nos presta siempre su ayuda y nos asiste siempre con su gracia para que podamos seguir el ejemplo de Cristo nuestro modelo: así, asumir el dolor de la vida y la misma muerte, se convierte en un acto de amor a Dios. El problema del mal entonces puede encontrar una respuesta sólo en Dios, admitiendo la existencia de un Dios que ha creado libre al hombre, quien ha abusado de su libertad para pecar, para rebelarse contra Él. Pero Dios, por su infinita misericordia, le ha ofrecido en Jesucristo la posibilidad de salvarse del pecado con la gracia y de vencer la muerte con la resurrección de la vida eterna.


El mal existe, pero también el bien. Mira tu lado, en tu casa, en tu familia: el amor de tu madre, o de tu abuela, de la persona que te cuidó, ¿no es suficiente prueba del amor de Dios en tu vida? Lleva ese amor a los demás, y trata de extender el Reino de Dios a los otros.

Fuente: paideiacatolica.com

1 de agosto de 2023

EL TRABAJO EN SOLEDAD


Un día una persona subió a la montaña donde se refugiaba una mujer ermitaña que meditaba, y le preguntó:

-¿Qué haces en tanta soledad?, a lo que élla le respondió: -Tengo mucho trabajo.


-¿Y, cómo puedes tener tanto trabajo? No veo nada por aquí…


-Tengo que entrenar a dos halcones y a dos águilas, tranquilizar a dos conejos, disciplinar a una serpiente, motivar a un burro y domar a un león.

-¿Y, por dónde andan que no los veo?


-Los tengo dentro.

Los halcones se lanzan sobre todo lo que se me presenta, bueno o malo, tengo que entrenarlos a que se lancen sobre cosas buenas. Son mis ojos.


Las dos águilas con sus garras hieren y destrozan, tengo que enseñarles a que no hagan daño. Son mis manos.


Los conejos quieren ir donde ellos quieren, no enfrentar situaciones difíciles, tengo que enseñarles a estar tranquilos aunque haya sufrimiento, o tropiezo. Son mis pies.


El burro siempre está cansado, es obstinado, no quiere llevar su carga muchas veces. Es mi cuerpo.


La más difícil de domar es la serpiente. 

Aunque está encerrada en una fuerte jaula, ella siempre está lista para morder y envenenar a cualquiera que esté cerca. Tengo que disciplinarla. Es mi lengua.


También tengo un león. Ay que orgulloso, vanidoso, se cree ser el rey. 

Tengo que domarlo. Es mi ego.


- Tengo mucho trabajo.