—¡Papá! ¡Eso rosa gigante se está moviendo!
—No te acerques, Emma. No es un juguete. Es… una medusa. Y de las raras.
La niña miró fascinada aquel cuerpo gelatinoso, vibrante y enorme, que flotaba cerca de la orilla. Tenía un color rosa intenso, casi fluorescente, como si perteneciera a otro planeta. Sus tentáculos ondulaban bajo el agua, y algunos medían más de veinte metros.
—Se llama Pink Meanie —dijo una mujer que escuchó la conversación. Iba con un sombrero ancho, cámara colgada al cuello y acento sureño—. Y no la ves todos los días.
—¿Pink qué…? —preguntó el padre.
—Pink Meanie —repitió—. Significa “rosada malvada”. Y es tan extraña como su nombre.
Aquella tarde, en la playa de Padre Island, Texas, no se hablaba de otra cosa. Varias de estas criaturas habían aparecido en las últimas 48 horas. Biólogos marinos y curiosos se acercaban con binoculares, cámaras y precaución.
El nombre científico de esta criatura es Drymonema larsoni, pero todos la conocen por su apodo: “Pink Meanie”. Su rareza no está solo en el color. Es una medusa que se alimenta de otras medusas, en especial de las famosas medusas luna. No solo las devora, las envuelve, las paraliza con sus tentáculos… y se las traga.
—¿Te imaginas, Emma? —dijo el padre, agachado a su lado—. Un ser que come a otros de su misma especie. Una especie de monstruo gelatinoso.
—¿Es mala? —preguntó la niña, algo inquieta.
—No. Solo… diferente.
Las “Pink Meanie” fueron descubiertas por primera vez en 2000. Pero desde entonces se han visto en muy pocas ocasiones. Esta semana, sin embargo, algo cambió. Las corrientes, las temperaturas, el ecosistema… todo pareció alinearse para que volvieran. Decenas aparecieron en la costa del Golfo de México. Algunas medían más de 70 pies (21 metros) de tentáculos.
Emma volvió a mirar el agua.
—Papá, ¿ella también está sola?
La pregunta sorprendió al hombre.
—¿Cómo?
—Es que todas las otras medusas le tienen miedo, ¿no?
El padre se quedó en silencio. Observó el cuerpo traslúcido, flotando como un corazón palpitante sin forma fija. Y por un instante, pensó en lo que ocurre cuando eres demasiado distinto.
—Quizá por eso es rosa —dijo él, acariciándole el cabello—. Para no pasar desapercibida. O para que el mundo la vea… aunque no la entienda.
Los biólogos presentes comenzaron a colocar cintas amarillas para evitar que los visitantes se acercaran. No porque la “Pink Meanie” sea peligrosa para humanos —su picadura es molesta, pero no letal—, sino porque no querían que alguien la dañara por error.
—No estamos acostumbrados a criaturas así —comentó una investigadora a un reportero local—. Pero la biodiversidad es así: extraña, hermosa, a veces aterradora. Y siempre digna de respeto.
Emma tomó una piedra del suelo y la lanzó suavemente al agua, lejos de la medusa. La criatura no reaccionó. Simplemente siguió flotando, como si su existencia no necesitara defenderse, solo continuar.
—Papá —dijo la niña, pensativa—. ¿Y si ella no es malvada? ¿Y si solo está… hambrienta?
—O incomprendida —añadió él.
Esa noche, en redes sociales, circularon cientos de fotos de la “Pink Meanie”. Algunos la llamaban monstruo. Otros, maravilla. Pero todos coincidían en algo: nunca habían visto nada igual.
Y mientras el mar arrastraba su cuerpo hacia mar abierto, sus tentáculos largos como dudas sin respuesta, la medusa rosa siguió su rumbo. En silencio. En soledad. Siendo lo que era. Aunque nadie la entendiera.
Porque incluso las criaturas más extrañas…
Merecen flotar sin miedo en este mundo.